ADAM SMITH
Nació en 1723 en Kirkcaldy en el seno de una familia modesta de las tierras bajas de Escocia.
A los catorce años ingresó en la Universidad de Glasgow, donde recibió la influencia de la escuela histórica escocesa al estudiar, entre otros, con Francis Hutcheson. Continuo sus estudios en el Balliol College de Oxford gracias a la concesión de una beca, pareciéndole esta universidad decadente.
E 1748 es invitado a dictar una serie de conferencias sobre literatura y otros temas. La experiencia fue tan positiva, que en 1751 es nombrado catedrático en la Universidad de Glasgow primero la cátedra de Lógica, y más adelante de la cátedra de Filosofía Moral, y en ese momento de su vida traba amistad con David Hume. En 1759 se publica La teoría de los sentimientos morales, su primer libro.
En 1762 renunció a su cátedra para convertirse en el tutor del hijo del duque de Buccleuch, con el que viaja a Francia. De vuelta a Kirkcaldy en 1767, y gracias a una pensión vitalicia que le asignó el duque, puede dedicar los siguientes diez años de su vida a escribir su obra más conocida, la Riqueza de las naciones, que se publica en 1776.
Su últimos trece años de vida se dedicó a desempeñar la función de Comisario Real de las Aduanas de Escocia.
Tres años antes de su muerte fue nombrado Rector de la Universidad de Glasgow. Finalmente murió en Edimburgo en julio de 1790, a los 67 años.
DAVID RICARDOEconomista inglés (Londres, 1772 - Gatcomb Park, Gloucestershire, 1823). Procedía de una familia judía sefardí originaria de Holanda, y en aquel país recibió su primera educación judía ortodoxa. Luego se formó en la práctica ayudando a su padre, que era corredor de Bolsa. Tras romper con su familia por su matrimonio con una mujer cristiana (cuáquera), se estableció por su cuenta como corredor y especulador de Bolsa, acumulando en poco tiempo una gran fortuna, que le permitió retirarse de los negocios a los cuarenta años.
Su formación económica fue autodidacta y tardía, y se debió a la lectura de la obra fundamental de Adam Smith, La riqueza de las naciones. A partir de ella desarrolló su propio pensamiento, centrado inicialmente en cuestiones monetarias; en ese terreno no fue muy original, defendiendo la teoría cuantitativista que vinculaba la inflación monetaria con la abundancia de dinero, y postulando, por tanto, la vuelta del Banco de Inglaterra al patrón oro.
Fue su amigo James Mill el que, consciente del valor intelectual de Ricardo, le animó a poner por escrito su concepción teórica del sistema económico, en la época en que ya se había retirado al campo a cultivar sus aficiones. Fue así como surgieron los Principios de economía política y tributación (1817), una obra breve que contiene la formulación más sistemática y coherente del pensamiento económico clásico.
Mill quiso ir más allá y convenció a Ricardo para que entrara en la política activa, a fin de «educar» al Parlamento en materia de economía; efectivamente, se hizo elegir por un distrito de bolsillo de Irlanda en 1819 y actuó en la Cámara de los Comunes hasta su muerte como un liberal independiente. Durante años mantuvo un acalorado debate intelectual -compatible con relaciones de amistad y respeto- con Malthus.
La obra de Ricardo destaca por su razonamiento abstracto, simplificando la realidad hasta definir un modelo teórico que dé cuenta del funcionamiento esencial del sistema económico; se le considera, por ello, el padre de la teoría económica y el primer economista profesional.
Fue un ardiente liberal, partidario de políticas económicas que impulsaran el crecimiento económico a base de garantizar a los capitalistas altos márgenes de beneficio, de manera que vino a teorizar el proceso de la revolución industrial británica. Razonó sobre la base de suponer que los salarios no podían -ni debían- elevarse sobre el nivel de la mera subsistencia; y criticó hasta la saciedad a los terratenientes, describiendo la renta de la tierra como un ingreso parasitario que no contribuía a la producción, pero que frenaba el crecimiento. Por la ley de los rendimientos decrecientes, creía inevitable un proceso de elevación de las rentas de la tierra y de los salarios de los trabajadores, que iría reduciendo los márgenes de ganancia hasta provocar el fin del crecimiento capitalista (el estado estacionario).
Su formación económica fue autodidacta y tardía, y se debió a la lectura de la obra fundamental de Adam Smith, La riqueza de las naciones. A partir de ella desarrolló su propio pensamiento, centrado inicialmente en cuestiones monetarias; en ese terreno no fue muy original, defendiendo la teoría cuantitativista que vinculaba la inflación monetaria con la abundancia de dinero, y postulando, por tanto, la vuelta del Banco de Inglaterra al patrón oro.
Fue su amigo James Mill el que, consciente del valor intelectual de Ricardo, le animó a poner por escrito su concepción teórica del sistema económico, en la época en que ya se había retirado al campo a cultivar sus aficiones. Fue así como surgieron los Principios de economía política y tributación (1817), una obra breve que contiene la formulación más sistemática y coherente del pensamiento económico clásico.
Mill quiso ir más allá y convenció a Ricardo para que entrara en la política activa, a fin de «educar» al Parlamento en materia de economía; efectivamente, se hizo elegir por un distrito de bolsillo de Irlanda en 1819 y actuó en la Cámara de los Comunes hasta su muerte como un liberal independiente. Durante años mantuvo un acalorado debate intelectual -compatible con relaciones de amistad y respeto- con Malthus.
La obra de Ricardo destaca por su razonamiento abstracto, simplificando la realidad hasta definir un modelo teórico que dé cuenta del funcionamiento esencial del sistema económico; se le considera, por ello, el padre de la teoría económica y el primer economista profesional.
Fue un ardiente liberal, partidario de políticas económicas que impulsaran el crecimiento económico a base de garantizar a los capitalistas altos márgenes de beneficio, de manera que vino a teorizar el proceso de la revolución industrial británica. Razonó sobre la base de suponer que los salarios no podían -ni debían- elevarse sobre el nivel de la mera subsistencia; y criticó hasta la saciedad a los terratenientes, describiendo la renta de la tierra como un ingreso parasitario que no contribuía a la producción, pero que frenaba el crecimiento. Por la ley de los rendimientos decrecientes, creía inevitable un proceso de elevación de las rentas de la tierra y de los salarios de los trabajadores, que iría reduciendo los márgenes de ganancia hasta provocar el fin del crecimiento capitalista (el estado estacionario).